Los problemas que ha traído la pandemia asociada al SARS-CoV-2 son extensos y han sido durante este tiempo suficientemente documentados. No solo en el aspecto sanitario, sino también han implicado una crisis social. Y esto tiene que ver con los determinantes en salud, aquellos que en general se enseñan en todas las carreras de la salud y que muchas veces parecen temas abstractos, hoy les hemos puesto rostros, nombres y apellidos.
En simple, las condiciones en las que viven las personas afectan en la distribución de las enfermedades que padecen, y en eso el SARS-COV-2 no es la excepción. Donde encuentra hacinamiento, ahí se reproduce, donde encuentra carencia de servicios básicos, ahí vive con más facilidad.
A pesar de todas las dificultades que esta pandemia ha representado, creo que también podemos ver oportunidades y es de total responsabilidad para las que somos formadoras de futuros profesionales odontólogos, darle un giro a la situación actual.
¿Qué hacemos los odontólogos sin la turbina? ¿por qué somos tan dependiente de aquel instrumental rotatorio que es tan temido por muchos de nuestros pacientes? Creo que podemos y debemos ser y hacer mucho más sin la turbina, instrumental que hoy ha estado en el tapete y lamentablemente ha sido casi demonizado por los aerosoles que genera en su uso.
Considero que la turbina en algún aspecto representa el fracaso de nuestra profesión en su esencia… porque ¿qué es lo que queremos para nuestros pacientes y para la población en general? Que se mantengan sanos, sin caries ni enfermedad periodontal, y que ojalá no padezcan traumatismos dentoalveolares durante su vida, por nombrar las enfermedades más prevalentes que afectan la cavidad oral.
Y ¿qué ocurre cuando usamos la turbina? Por supuesto, limitamos el avance del daño, eliminando la caries y posicionando un material restaurador (que sabemos, nunca reemplazará por completo el tejido dentario). Pero porque no pensamos y visualizamos el contexto actual como una oportunidad para enfocarnos a prevenir la enfermedad y a promover las medidas generales de salud.
De paso nos incorporaríamos efectivamente al trabajo multidisciplinario del que tanto se habla y poco se practica desde nuestra profesión. Y también, y de una vez por todas y para siempre, dejamos de considerar la boca del paciente como aislada del cuerpo y educamos y entregamos información sobre la salud en general y no necesariamente sobre las enfermedades de salud bucal.
Sabemos ampliamente que existen numerosos factores de riesgo comunes para la mayoría de las enfermedades crónicas, y por lo tanto es imperativo que las medidas que transmitimos como buenas prácticas, vayan en la línea de prevenir las enfermedades de alta morbilidad en la población actual.
Los programas ministeriales y las garantías explícitas en salud (GES) tienen incorporadas estrategias preventivas y promocionales y hoy creo que es especialmente recomendable abocarnos a eso, sin considerarlo como estrategias complementarias, sino como fundamentales, para contribuir en el retraso de la aparición de la enfermedad o definitivamente para evitarla.
Creo que nunca contaremos con profesionales e infraestructura suficiente para tratar a toda la población que padece alguna enfermedad de salud bucal, eso es una tarea titánica y no es posible de cumplir, en el contexto del daño que posee nuestra población. Lo importante es llegar y actuar antes de que la enfermedad se produzca, es nuestra obligación y una oportunidad en la crisis actual.
Históricamente nuestra profesión ha sido individualista y creo que es tiempo de modificar esta conducta, cada una desde su lugar. Es una realidad que este virus nos acompañará por un buen tiempo, sino para siempre. No es el primero, ni será el último, y como profesión estamos preparados para enfrentarlo.
Con todos los resguardos que sean necesarios, en base a la mejor evidencia disponible, debemos mantenernos cerca de nuestros pacientes. Es un imperativo ético, por los futuros odontólogos que formamos, y por sobre todo, por todos aquellos pacientes que confían y requieren de nosotros.